EL
INDIO NO ESTA FUERA NUESTRO: LO COMIMOS Y LO LLEVAMOS DENTRO.
Gabriela
Mistral en Pensando a Chile
Devoramos al indio. En la guerra, el mapuche sacrificaba y devoraba el corazón del enemigo insigne, no a los
cobardes ni a los infames, a los insignes y a los valientes, de ellos el quería
incorporar su valor. El español cometía
actos de antropofagia, la diferencia es que era cultural y racial. No es
que el indio desaparezca, todo lo contrario, el indio aún permanece y se han
multiplicado dentro de sus depredadores. Para superar las trabas, los traumas,
la negación racial del mestizo, de todos los hombre y mujeres de rasgos morenos,
pasa por la aceptación de que la
violencia, de manera paradójica, fue un acto fértil, que la Guerra de Arauco, y
previa a ella con el sometimiento forzoso
del picunche fue en definitiva la
simiente. ¿Qué podemos si no aceptar este hecho? Que provechoso hay en
seguir creyéndonos españoles trasplantados, degradados sin asumir un
camino propio. En el mismo extremo cae en que considera todo lo
"wingka" como perverso y lamentarse melancólicamente de lo perdido
y lo devastado ¿que sociedad se levanta
construyendo usando como base la pena y
la rabia? Ni el invasor puede escapar
del invadido, ni el invadido del invasor,
cuando ya, por cientos de años han mezclado su sangre. El purismo racial
es un aborto, la negación de una concepción: el chileno, el mestizo, ya lleva
cientos de años existiendo aun cuando se ha le negado conocer al
"otro" , al indio, al mapuche, que no tanto “otro” porque es su
madre, es su padre, y es, al menos una
parte, el mismo. ¿Qué hacer entonces? Pues
aprender historia, aprender cultura,
aprender el conocimiento ancestral que tiene nuestra gente, que es
herencia, es patrimonio. Aprender de NUESTRA TIERRA (mapu) y no de las academias, no de las
universidades ni de la ciencia. Ellas nos han inoculado conocimientos durante demasiado
tiempo y ya hemos tomado de ella lo servible, ahora es tiempo de ver al padre y
a la madre que por tanto tiempo hemos ignorado. En estos tiempos donde la
Tierra está sufriendo el daño acumulada de por lo menos 200 años de explotación,
de un delirio salvaje, del antropocentrismo extremista, es tiempo que el chileno vuelva a la Madre (ñuke mapu) y las
tradiciones de la madre que es el ad-mapu. El chileno debe volver a ser mapuche,
una integración a la inversa de la asimilación
que se propuso. Por una parte tenemos el derecho de la sangre, de la herencia
racial, y por otro, la herencia territorial, el de ocupar el espacio vital en
que creció la cultura mapuche. ¿Pues qué nos queda más que unir las aguas que
han surgido de la misma fuente? ¿Qué más
que reconciliar a los hermanos separados?
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